«La guerra como contexto en el que indagar sobre la naturaleza humana.» Entrevistamos a uno de los autores más comprometidos del panorama del cómic actual.

(Foto del autor cortesía de Dulce Escribano)

Llevas veinte años residiendo en Badajoz, con tu edad… ¡Es más de media vida! ¿Qué has visto evolucionar en nuestra ciudad, culturalmente hablando, en estas dos décadas? ¿E involucionar?

—Pues en esos veinte años, como bien decís, he visto mejorar la vida cultural de esta ciudad sensiblemente. Una vida que, como en otras ciudades de este país, aún resulta insuficiente, necesitada de un mayor estímulo e impulso que debería venir por parte de todos: instituciones, ciudadanos y en última instancia, pero no por ello menos importante, los propios profesionales del sector. La promoción y la ayuda a autores, colectivos e iniciativas empresariales que desde una posición modesta luchan cada día para que esto sea posible, sería un buen comienzo.

—Te licenciaste en la Facultad de Bellas Artes de Sevilla, que tiene fama de ser una de las facultades más exigentes técnicamente hablando, aunque también de las más conservadoras formalmente. ¿Cómo enfrentaste la lógica rebeldía juvenil con estos parámetros de enseñanza?

—Lo que primó en mí en el momento de iniciar la carrera de Bellas Artes fue una voluntad de aprender, más allá de imponer mi autoría como artista.
Tal vez por eso siempre he creído que la rebeldía, al menos en el ámbito artístico, no está reñida con una apreciación de lo clásico. Es más, lo que vengo defendiendo ya desde esa época, es que para poder trascender lo establecido es fundamental un conocimiento previo de ello. Es la única forma de abrazar cierta originalidad en un ámbito en el que ya hay tanto dicho.

—En los años noventa, en España, los tebeos eran tratados de forma residual por los medios de comunicación. ¿Tenías en ese momento noción de que los cómics eran una forma de arte o de que llegasen a ser reconocidos como lo son ahora?

—Siendo sincero, no recuerdo que por aquel entonces existiese una distinción notoria, al menos para mí, entre una y otra cosa. De hecho, durante mucho tiempo practiqué con igual pasión e interés la historieta y la pintura.
Quiero decir con esto que mi estima hacia una pintura de Velázquez, por mencionar a un artista conocido por todos, o un cómic, pongamos como ejemplo, de superhéroes, que es lo que principalmente leía en aquellos años, llegaba a ser pareja. Aunque sí es cierto que desde fuera, la afición por la historieta era vista como algo ligado a la infancia. Por fortuna esta visión ha cambiado un poco. No del todo, pero al menos ahora el medio goza de una atención más respetuosa por parte de los medios.

—Cuando acabas la carrera te encuentras con una situación endémica de la España de siempre, apenas hay espacio para dedicarse al arte y vivir de ello. Por otra parte es el momento en el que el uso de la tecnología se democratiza y aparece internet: muchos licenciados en Bellas Artes se reciclaron en el diseño web. ¿Cómo viviste generacionalmente esa experiencia, viendo que gente de enorme talento plástico terminaba por convertirse en diseñador digital?

—Personalmente, en aquel instante, la consideré la opción más viable e interesante de las que se me ofrecieron. Durante mis años de estudios en la facultad entré en contacto con los ordenadores y pude apreciar, desde el primer instante, su enorme espectro de posibilidades. Es necesario precisar que ya durante el segundo año de carrera tuve muy claro que no quería desenvolverme como artista plástico, así que en mi caso particular la revolución digital que tuvo lugar por entonces, se me ofreció como una oportunidad inmejorable para desarrollarme laboralmente en ámbitos creativos tan interesantes como el de la ilustración o el diseño gráfico, prácticamente desconocidos para mí hasta ese momento.

—En aquella época trabajaste de manera creativa en esta incipiente tecnología, en la primeriza contracultura web e, incluso, diseñaste videojuegos. ¿Echas de menos algo de aquello?

—Efectivamente, esa fue una época de experimentación activa en el ámbito del diseño y la programación web que se enmarca en un periodo de mi vida en el que aún disponía de tiempo para indagar en nuevas y atractivas expresiones creativas, aplicándole ese enfoque, llamémoslo “artístico” con el que siempre he abordado mis creaciones. Lo que intentaba con esos trabajos era una introducción lúdica al net-art por medio de una interactividad propia del videojuego pero con una usabilidad muy básica. Pero se quedó en eso, en algo puntual sin continuidad hasta el día de hoy.

—Cuando llegas a Badajoz (2001) comienzas a trabajar como diseñador gráfico y, a la vez, desarrollas tus tebeos, cuyo fruto recibirás pocos años después al ganar el 1er Premio del Certamen de Cómic e Ilustración INJUVE. ¿Cuéntanos qué tipo de decisiones adoptaste en ese periodo con respecto a tu manera de trabajar? ¿Crees que sin aquellos reconocimientos hubieras dejado de hacer tebeos?

—En el momento en que llegué a Badajoz estaba finalizando mi carrera universitaria y me enfrentaba a un panorama de incertidumbres, la principal de ellas encontrar un futuro como autor de historietas en un contexto que no parecía muy propicio para ello, así que en primera instancia me decidí a compaginarlo con trabajos en el campo del diseño gráfico y del diseño web, primero como freelance y más tarde como miembro de un estudio. En medio de este proceso de aclimatación es cuando participé en el Certamen de Cómic e Ilustración del INJUVE en el que resulté premiado, lo que me permitió insuflar el hálito suficiente a mi autoestima un poco tocada, para continuar probando suerte en un medio, el de la historieta, que a inicios del presente siglo ofrecía escasas opciones para la supervivencia de los autores de nuestro país.

—Tus siguientes proyectos van unidos a la colaboración con el guionista Jorge García donde se producen varios cambios profundos: por un lado tu dibujo, que pasa a ser más expresionista, menos manierista. Y por otro, hay un «despertar» social; pasas de la introspección (que nunca, en cualquier caso, abandonas del todo) a un punto de vista más abierto, omnisciente, y con una mayor preocupación por lo colectivo que por lo individual. Cuéntanos, por un lado, tu experiencia con Jorge —sobre todo el hito que fue Cuerda de presas—, y por otro, el poso que, después de varios años trabajando con él, ha quedado en tu forma de afrontar un proyecto.

—Participar en el INJUVE no supuso únicamente un aliciente en lo profesional sino también un descubrimiento en lo personal, pues en Jorge García no sólo encontré un guionista excepcional, sino también un cómplice y un magnífico amigo. Juntos realizamos Cuerda de presas (2005), la obra con la que nos estrenamos en el ámbito profesional y que, al menos a mí, me trastocó profundamente, no sólo por la intensa carga emocional que supuso realizar un libro de esas características, sino por la influencia que tuvo en el modo en que hasta entonces yo me había desenvuelto en el medio. Por un lado, en lo estilístico, obligándome a transitar por senderos nuevos en busca de un grafismo que de algún modo representase ese salto simbólico en mi trayectoria y, por otro lado, en el tipo de historias que estaba interesado en contar. Hasta ese momento, lo introspectivo había primado en mis trabajos de adolescencia como un reflejo natural del cuestionamiento personal que todos solemos experimentar en ese periodo de nuestras vidas, pero entonces mi punto de vista cambió radicalmente como consecuencia de ese segundo alumbramiento que es la adultez. Todo esto sucedió en pleno tránsito entre mi participación en el certamen del INJUVE y la realización de este libro que tantas alegrías nos dio y nos continúa dando a día de hoy, gracias a su reciente reedición y al nuevo nicho de lectores que parece haber encontrado. Ha sido una suerte de resurrección tras más de una década de latencia. A la vez, me ofrece la oportunidad de reencontrarme con Jorge cada vez que surge algún evento relacionado con su divulgación, porque aunque hace algunos años que tan sólo colaboramos esporádicamente tras una relación profesional que dio mucho de sí, seguimos conservando la amistad intacta.

Oldric (inédito)

—Entre 2007 y 2016 apenas encontramos publicaciones tuyas, lo que nos lleva a plantearnos las siguientes cuestiones: 1. Después de trabajar con Jorge buscaste otros perfiles de guionista, con unos intereses más cercanos al género (la ciencia ficción, el weird, etc.). De esa época tienes algunos inéditos que te supusieron afrontar nuevas perspectivas. Sin embargo, nada de aquello se vio publicado. ¿Por qué?

—En toda trayectoria profesional hay que probar suerte en otros géneros, transitar nuevos horizontes, poner la carne en el asador de vez en cuando y, mal que nos pese, también hay que fracasar. Y fracasar supone aceptar que algunos de los proyectos nunca llegarán a ver la luz, ya sea porque el resultado no es el esperado o por otras cuestiones de índole personal que no tienen porque atañer directamente al trabajo. Considero que antes de decidirse a publicarlo, uno debe estar muy satisfecho y conforme con el trabajo que acaba de realizar, pues una vez se publique habrá de hacer frente a las críticas e impresiones de los lectores, que pueden ser tanto favorables como desfavorables. Por supuesto, esto no es plato de buen gusto para ningún autor, pero si se da el caso, siempre intento extraer todo lo que pueda ayudar a mi proceso de aprendizaje de ese proyecto frustrado.

—2. Paralelamente empieza una época en la que afrontas trabajos como ilustrador editorial: dibujando páginas interiores y/o diseñando cubiertas y portadas. Es algo que no has dejado de hacer, aunque ahora de manera más esporádica. Es curioso que la mayoría de estos libros sean libros de género, precisamente sobre temáticas que no abordas en tus tebeos. ¿Qué reflexión sacas de esta paradoja? ¿Qué te ofrece el trabajo de ilustración y hasta qué punto es más o menos agradecido que el mundo del tebeo?

—Si no recuerdo mal, a la ilustración llegué por casualidad, a partir de un par de encargos que me solicitó Astiberri, la editorial responsable de publicar Cuerda de presas. La experiencia me resultó grata y decidí realizar nuevos trabajos y colaboraciones, los más tempranos para la editorial Aristas Martínez, con la que he mantenido la relación más productiva en este ámbito. Sin embargo, para mí, la ilustración supone más un divertimento o un medio para ganarme la vida que algo con lo que comprometerme seriamente. De ahí mi flexibilidad a la hora de diversificarme realizando ilustraciones de la más variada índole. Y a la vez, es económicamente más agradecida que la historieta, lo que ha supuesto que actualmente mi faceta profesional se sustente prácticamente en la de ilustrador.

Ilustración para portada de ABC Cultural

3. Sin embargo es una década en la que no todo es silencio para tus viñetas. Participas en varias antologías de cómics, donde entregas pequeñas piezas que guionizas y dibujas. ¿Qué tal fue tu experiencia colaborando en aquellas antologías.?

—En términos generales fue una experiencia gratificante que me permitió mantener el contacto con el mundo de la historieta en un momento en el que me encontraba ligado a él de un modo muy frágil, y conocer y colaborar con estupendos creadores.

—No sé si es cierto o no, pero en algún sentido, parece que te estabas preparando para afrontar tu primera «obra de madurez». Cómo fue el largo proceso de documentación y realización de Fuga de muerte (2016), y qué supuso para ti la buena acogida que tuvo a pesar de la desgraciada suerte del sello (Edicions de Ponent), cuyo descalabro te cogió en plena promoción.

—Podría decirse que de forma indirecta todos esos proyectos malogrados me sirvieron como formación indirecta para encontrar más tarde el modo en el que quería contar Fuga de la muerte, que era en realidad un proyecto que mantuve en suspenso durante alrededor de quince años, y que surgió de mi interés por la figura del poeta rumano de origen judío Paul Celan y en especial, por su poema “Todesfuge”, una suerte de retrato poético de los campos de exterminio, que fue muy polémico en el momento de su publicación. La obra era una suerte de biografía “libre” de juventud que se centraba en los años en los que el poeta residió en Cernowitz, su ciudad natal hasta su marcha al término de la Segunda Guerra Mundial.
Para llevarla a cabo hube de bucear en múltiples fuentes bibliográficas y documentales no siempre de fácil adquisición, pero de las que la red, por suerte, pudo proveerme. Esta búsqueda, junto a la parte de escritura, fueron las más exigentes. En total fue aproximadamente un año y medio de trabajo, que comprendió una parte de documentación, escritura, dibujo y montaje, hasta su finalización.
En el momento de su publicación el libro fue bien recibido por parte de la crítica y de los lectores, pero que por desgracia vio torcida su andadura al poco de salir publicada, debido al inesperado y lamentable fallecimiento del editor, con lo que eso supone para la necesaria proyección de cualquier libro.

—A veces la gente no entiende muy bien a los autores, ya que piensa: “si de hacer cómics (o escribir novelas) no se puede vivir, ¿por qué lo siguen haciendo?” ¿Qué le mueve a uno a despertarse dos horas antes de ir al trabajo para sentarse sobre una mesa a dibujar, y volver a arañar una hora después de comer y otro tanto por la noche, así durante varios años hasta culminar una obra, si eso no da de comer?

—¿Por qué los seres humanos hacemos lo que hacemos? Nadie lo sabe con certeza. Y sin embargo, es esa pulsión injustificada y en primera instancia inútil, la que nos ha permitido como especie logros increíbles.
En el caso concreto de los que nos dedicamos a esto de la historieta, tanto yo como prácticamente todos los autores que conozco, reconocemos en ese gesto algo de masoquismo individual, aunque creo que es difícil precisar mucho más. Y además, ¿a quién le importa? Nos encanta lo que hacemos y no dañamos a nadie con ello, así que, ¿por qué deberíamos dejar de hacerlo?

Museografía: ejemplo de ilustración para pieza audiovisual. ©Reinadecorazones

—En la actualidad trabajas en una empresa donde desempeñas diferentes labores relacionadas con el diseño gráfico y la ilustración, pero también estás especializado en desarrollar proyectos museísticos. ¿Cómo afrontas este tipo de trabajos? Antes de plantearte esta pregunta pensábamos: un museo es como un tebeo, cada sala es una viñeta y el personaje es el visitante, aquí está la taquilla, que es la viñeta de inicio, y la salida, que es la viñeta final… ¿es un buen paralelismo?

—Hay algo de eso. El museo no deja de ser un espacio en el que accedes a un discurso informativo expuesto secuencialmente, algo que en esencia también se encuentra en la lectura de historietas. Pero también hay diferencias notables, como el hecho de que los espacios museísticos actuales apuestan mucho por las nuevas tecnologías y las nuevas formas de interactividad y narrativa. Los viejos modos unidireccionales en los que solía mostrarse la información han quedado obsoletos. En la actualidad se apuesta por la integración de diferentes lenguajes que permitan la coexistencia de lo clásico, el tradicional panel con texto e imágenes, con lo novedoso, como son las piezas audiovisuales, la realidad virtual o recursos con funcionalidades basadas en las del videojuego.
En lo que a mi labor respecta, lo más interesante y enriquecedor es el reto continuo que supone abordar nuevas temáticas y nuevos modos de representarlas gráficamente. Porque es fundamental para cualquier ilustrador que quiera desenvolverse en esta profesión, saber desplegar y ofrecer un amplio abanico de soluciones gráficas para cada uno de los proyectos a los que se enfrenta.

—Desde hace años eres el responsable de hacer los carteles para el Festival de Jazz de Badajoz. ¿qué te aporta y a qué otros trabajos de este tipo te enfrentas?

—Yo diría que este es un trabajo único, no sólo por el amplio número de ediciones en las que he colaborado, sino por la libertad de la que gozo a la hora de ilustrar los carteles o diseñar cualquier otro elemento publicitario, gracias a la confianza y generosidad que los organizadores depositan en mí. Desde hace mucho me ha atraído poderosamente la iconografía del jazz, y ser colaborador durante tanto tiempo del Festival Internacional de Jazz de Badajoz me ha permitido profundizar en ella, así como probar fortuna con enfoques diversos. Ver estos trabajos en su conjunto es algo así como contemplar una radiografía de mi propia evolución como ilustrador.

—En tu web vemos enlaces a una serie de colaboraciones literarias. ¿Qué te mueve a escribir?

—Estas colaboraciones eventuales surgen de la necesidad de abordar mediante la escritura ciertas cuestiones que no tienen cabida en la historieta o en la ilustración, como es el análisis de films, ensayos, novelas, etc. o para abordar algún tema que pudiera resultar de interés para el usuario lector. A la par es un buen modo de no perder la forma en esta disciplina.

—Tu nueva obra, Sarajevo Pain (Norma, 2020, ver adelanto al final de este artículo), tiene en portada a un francotirador, una suerte de espada de Damocles, según leemos en la sinopsis, que se cierne sobre todos los habitantes de Sarajevo, en general y sobre cuatro personajes muy diferentes, en particular. De nuevo una guerra (antes fueron la guerra civil, después la Segunda Guerra Mundial y ahora la de guerra de Bosnia) y de nuevo la muerte…

—Hace tiempo me di cuenta de que la guerra me ofrecía el contexto idóneo para indagar en ciertos aspectos de la naturaleza humana que siempre han despertado mi atención y que tienen que ver con ese rostro que se oculta tras una fina capa de civismo que suele salir a relucir ante este tipo de fenómenos. Además, las guerras en términos históricos suelen representar puntos de inflexión para nuestras sociedades, así que son la fuente a la que debemos recurrir cuando deseamos adquirir una noción más clara del mundo en el que vivimos, y desde esta perspectiva las guerras de desintegración de la antigua Yugoslavia a finales del pasado siglo XX, que es el contexto en el que se enmarca Sarajevo Pain, son el resultado y el síntoma de dos conflictos fundamentales para entender el mundo, al menos, hasta el 11 de septiembre de 2001, que son la Primera y la Segunda Guerra Mundial.
En ambas guerras se gestan los odios que confrontarán más adelante a las diversas etnias que tras la Segunda Guerra Mundial se agruparían bajo la égida de la República Federal de Yugoslavia del mariscal Tito. El libro busca denunciar la violencia implícita en los relatos históricos y míticos que incendiaron esos odios, centrándose en el que posiblemente sea el capítulo más representativo de una de esas guerras, el asedio a la ciudad de Sarajevo.
En Sarajevo Pain es un francotirador serbio quien debe decidir, bajo su mirada acechante, el destino de cuatro de sus habitantes: Zelja, una joven que acaba de perder a su pareja en el frente de batalla, Amir, un niño que en los cómics encuentra refugio ante la trágica realidad que le rodea, Anja, una víctima del conflicto que contempla su desarrollo desde la privilegiada posición que le otorga la muerte, y un pintor que se ha propuesto la firme tarea de denunciar el vínculo que durante siglos se ha establecido entre guerra, poder y belleza.

—¿Qué supone para ti volver a una gran editorial como Norma (tu primer álbum lo publicó Astiberri), con toda la promoción e implantación que te garantiza y que, a su vez, te pone (nunca mejor dicho) en el punto de mira?

—Estar en el punto de mira, como decís, es algo inevitable si un autor quiere llegar a tantos lectores como sea posible. Yo lo considero una consecuencia inevitable de esta labor. Y en ese sentido, editoriales como Astiberri y Norma poseen los medios de promoción y divulgación para ofrecer una mayor visibilidad. No obstante, aunque esto es muy importante, no garantiza el éxito de la obra o tu continuidad en el mercado. Existen otros muchos factores que la determinan.

Para finalizar, volvamos al principio. ¿Tienes algún proyecto expositivo en mente, aunque sea a muy largo plazo? ¿Te gustaría disponer de un estudio donde chapotear en pintura de vez en cuando?

—Soy incapaz de concebir mi trabajo en términos expositivos. Como decía antes, hace mucho que decidí desvincularme del mundo del mercado del arte, aunque en alguna ocasión he sentido el deseo de volver a agarrar unos pinceles o una barra de carboncillo, tan sólo por el placer de rescatar viejas sensaciones casi olvidadas, y acometer alguna obra a la vieja usanza, algo que tal vez suceda cuando disponga del tiempo y de un espacio amplio y diáfano con los que no cuento ahora mismo.

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Fidel Martínez (Sevilla, 1979) comienza su trayectoria en fanzines como El Planeta Nimbus o Como vacas mirando el tren. En 2003 publica en Italia L’uomo che sta vuoto (Lo Sciacallo Elettronico). Ese mismo año gana el primer premio en el Certamen de Cómic e Ilustración de INJUVE.
A partir de ahí establece una prolífica y estrecha colaboración con el guionista Jorge García. Fruto de ella son los álbumes Cuerda de presas (Astiberri, 2005), compuesto de once relatos que cuentan la vida de las mujeres represaliadas por el régimen franquista y que vio una reedición en el año 2017, y Hacerse Nadie (Ariadna editorial, 2007), sentido homenaje al género noir. También crean la serie Enviado Especial para la revista Humo (Astiberri, 2007-2008) cuyo protagonista, un corresponsal de prensa, recoge en sus reportajes periodísticos algunos de los conflictos más significativos de la segunda mitad siglo XX.
En solitario, ha firmado los álbumes Sarajevo Pain (Norma editorial, 2020), que tiene como trasfondo el asedio a la ciudad de Sarajevo durante la Guerra de Bosnia y Fuga de la muerte (De Ponent, 2016), centrado en la figura del célebre poeta rumano de origen judío Paul Celan y su emblemático poema “Todesfuge”.
También ha participado en los libros colectivos Black Pulp Box (Aristas Martínez), Apocalípsis según San Juan (EDT), Tales from the end of the world (Norma editorial) y Diferente (Planeta Cómic).
Desde sus comienzos ha compaginado ilustración e historieta, ha participado en varias exposiciones colectivas y ha difundido su obra en diversas publicaciones, soportes y medios.

Web del autor
http://www.fidelmartinez.es/

Adelanto de Sarajevo Pain:
https://www.normaeditorial.com/Sarajevo-Pain/