Entrevistamos al escritor y músico Jesús Gordillo, la ficción como viaje y crossover entre el realismo y lo sobrenatural

—De la idea al papel… ¿en qué momento sabes que una idea va a dar para novela?

—Hace tiempo que le perdí la pista a mi proceso creativo, y casi prefiero que así sea. Pienso en él como en el microondas; metes el vaso, pulsas el botón y se calienta. Lo que suceda dentro no es asunto mío. Por eso puedo hablaros del proceso, pero no de la tripa.
Mis historias, si es que son mías, suelen comenzar con un fotograma en mi cabeza. Como un cuadro de Hooper. Un contexto, varios personajes, luz que entra por una ventana, y poco más. También un tono, a veces, como de cartel de cine. Luego se va y me olvido. Cuando regresa, pasado un tiempo, vuelve con algo más de información. Pienso en ella, y la dejo ir de nuevo. Así, hasta que un día vuelve y quiero que se quede. Es entonces cuando me siento a las teclas y la ayudo a salir de donde sea que está prisionera.

—En tus textos conviven el realismo y lo sobrenatural. ¿Dirías hay una normalización de la literatura de género?

—Sin lugar a dudas. La sociedad ha cambiado después de ser educada consumiendo ficción por todos los sentidos. Las mentes se han abierto, y se han dejado de venerar los palos metidos en los culos de los eruditos. Aquello de que la literatura existe porque la realidad no basta, que dijo alguien. Un libro tiene que hacerte viajar, y tiene que hacerte viajar bien. Y si al hacerlo te lleva tan lejos de la realidad que te expulsa de lo posible (que no de lo coherente), pues será sin duda un buen libro. La gente lo va entendiendo, poco a poco.

—Tus novelas Mustang (Libararia, 2014) y Los agujeros de las termitas (Hermeneute, 2016) se desarrollan en el contexto de la guerra civil española. ¿Qué obras has tomado como referencia a la hora de tratar este tema? ¿Qué dirías que las diferencia de toda la ficción que se ha publicado sobre esta guerra?

—Me gustan las guerras en la ficción casi tanto como las odio en el mundo real. Creo que tienen una carga narrativa brutal. No recuerdo haber leído ninguna novela profunda sobre la Guerra Civil, y me consta que las hay, pero sí que me he documentado con todo el cuidado que el tema merece. Pero no ha sido eso lo que me ha movido a llevar la contienda a mis novelas. Yo creo que para los olores, las lágrimas y los colores me inspirado en el cine que vi de joven. Ese que mostraba a la gente antes que a las balas y los morteros. Lloré y reí con Ay, Carmela, y reí y lloré con La vaquilla.
En cuanto a las referencias a la Guerra Civil en mis libros, lo hago más como recurso que con pretensiones de algún tipo. Como quien pinta lluvia en un cuadro. Porque es mi pasado ficticio más reciente (ficticio, porque en mi vida académica siempre saltaban el tema), y tiene elementos que funcionan en la prosa. El lector de Mustang o Los agujeros de las termitas no va a aprender nada en ellos sobre la guerra, pero sí va a poder oler un poco la pólvora, y asomarse por la mirilla a esa puerta que la historia nos ha cerrado.

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—Has escrito dos novelas junto al escritor Javier Martos. Háblanos de las ventajas (y desventajas) de compartir trabajar en equipo.

—La principal ventaja es que crezco. Mi censor interno y Javi Martos se alían contra mí y me dan una paliza. “Para que aprendas”, me dicen, como si fueran el malo de cómic. Y al final aprendo, que es lo importante. También es divertido y menos solitario que el hombre frente a las teclas. Sientes que estás en algo, y no en la habitual incertidumbre que suele ser un libro a medio escribir.
Como inconveniente: la escritura no te sorprende, y eso le quita magia. Son dos procesos completamente diferentes, y confío en no tener que prescindir jamás de ninguno de ellos.

—Las dos novelas escritas a cuatro manos son Ojos de circo (Tyrannosaurus Books, 2013) y En el lago (Dilatando mentes, 2017) y se localizan fuera de España. En cambio, todo tu trabajo en solitario se sitúa aquí —excepto Dioses, fantasmas o demonios, cuya trama transcurre en la gélida Noruega—. ¿Hay alguna razón para esto o simplemente ha sido producto de la casualidad…?

—Incluso en Dioses, fantasmas o demonios la protagonista es española, por lo que no creo que sea una casualidad. De conocer un poco a las personas, sería a las personas españolas, por lo que siempre construyo personajes patrios. Me siento más cómodo y seguro. Sé de los miedos, virtudes y mezquindades del carácter nacional, y me encanta.
Javi, en cambio, es devorador de literatura anglosajona, es un maestro recreando esos entornos. Por eso, cuando escribimos juntos nos arrimamos a esa orilla. Por no perder esa baza.

—De Ojos de circo, leemos: Desde niño, los ojos de Nicholas Campbell se esfuerzan por teñir de color circo el insípido planeta que forma su mundo, y que termina al final de su calle en Alabama. ¿Cómo describirías ese color circo?

—Es amarillo y tiene rayas, como las de un tigre. Pero, según como le de el sol, puede parecer gris brillante como la piel de un elefante. Siempre, claro está, sin olvidar los botones dorados y el raso rojo. Y si lo miras a oscuras, dicen que brilla en blanco como el conejo de un mago.

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—¿Cuáles son tus autores/as de referencia? ¿Tienes una particular relación con otros escritores afines de nuestro país?

—Soy fan incondicional de Pérez-Reverte. De su obra, y de su imagen pública maldita. Leo todo de Eduardo Mendoza, y me divierto con Vázquez-Figueroa. Y cuando nadie me mira y me siento un poco viejo, desempolvo algo de Stephen King y me quejo después de leerlo enterito.
En cuanto a relación con otros escritores, tengo amistad con muchos de mi entorno. Todos luchadores y todos igual de anónimos que yo. En particular, conservo una muy buena relación con el escritor pacense Agustín Lozano, con quien, además de haber compartido alguna publicación, tenemos ciertas aficiones en común.

—Volviendo a lo local. ¿Es Badajoz un buen sitio para dedicarse a la escritura? ¿Se te ha pasado por la cabeza situar alguna de tus novelas o relatos en nuestra ciudad?

—Badajoz es mal lugar para la cultura. En general no interesa, ni al público ni a las administraciones. Pero al final escribes solo, por lo que cualquier rincón es bueno.
Este año me he planteado reconciliarme con Badajoz (nuestra relación nunca ha sido buena), y he leído Historia de Badajoz, de Alberto González Rodríguez. No digo que me guste más la ciudad, pero sí estoy aprendiendo a mirarla con mejores ojos. Incluso algún fotograma ha cruzado ya por mi cabeza. ¿Quién sabe? A lo mejor vuelve y se convierte en novela.

—¿Tras la «nueva normalidad», se quedará un paisaje distópico?

—La nueva normalidad se parecerá tanto a la vieja normalidad que será igual que la normalidad arcaica. La humanidad va hacia delante con sus defectos, independientemente de lo que suceda. No creo que haya acontecimiento que consiga cambiar ese rumbo desastroso. Y, menos aún, algo tan suave como quedarse en casa con todas las comodidades.

—Y mientras llegamos a ese momento, ¿qué lecturas recomiendas para la situación que estamos viviendo?

Mi descubrimiento más reciente es un libro que encontré en un cajón de una escuela de circo de Badajoz. Regalaban y aceptaban libros. Cogí uno al azar y me enamoró. Lo leí este invierno y lo he vuelto a leer estos días: ¿Qué me quieres, amor?, de Manuel Rivas. Muy recomendable.

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Jesús Gordillo (Badajoz, 1978). Músico de blues y colaborador radiofónico, comienza su carrera de escritor estando cerca de la treintena. Con el celuloide de mil películas diluido entre sus dedos, comienza a escribir logrando pronto ser galardonado en varios certámenes literarios. Tras colaborar en numerosas antologías de relatos, en 2013 sale a la venta su primera novela, Ojos de Circo (Tyrannosaurus Books, 2013), junto al escritor y traductor Javier Martos. Un año después publica en solitario Mustang (Libararia, 2014), obteniendo gran éxito de ventas y crítica. En 2016 sale a la venta su tercer libro, Los agujeros de las termitas, en la editorial Hermenaute, sello con el que ha participado en varias antologías de éxito como Momias y Embalsamados y Horror Dumies. En 2017, publica de nuevo a cuatro manos junto a Martos En el lago, (Dilatando Mentes). Su última novela, Dioses, fantasmas o demonios, sale a la luz en 2018 en el sello Transbordador.