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Hablamos con la Agrupación Callejera Carnavalesca de Badajoz, que lleva desde 2015, con un estilo único, mezclando teatro del absurdo y letras con triple sentido. Esta unión de almas no participa en concurso oficial alguno, sino que sale a las calles de la ciudad con un repertorio y una puesta en escena muy peculiar.
Sus letras, afiladas y ocurrentes, hacen un diagnóstico de la ciudad: una suerte de poesía social y satírica, socarrona y simpática, detrás de la cual está el talento de sus autores y una mirada muy crítica con el estado de la nación…
Su modus operandi es sencillo: se plantan en una plaza, despliegan su escenografía portátil, tocan y cantan y pasan la gorrilla. Llevan varios años amenizando la movida callejera del Carnaval. Por sus disfraces los conoceréis: juglares, contrabandistas portugueses, asociacionistas anticarnavaleros, miembros de la troupe del Circo Facundo, ilustres ignorados pacenses y, en su reciente propuesta de este año, como los vecinos distópicos de Badayork 2220.
De entre sus miembros tenemos hoy con nosotros a Francis Lucas (actor, director y escritor de teatro), que se encarga de contextualizar escénicamente al grupo. El resto elabora la música y las letras. Hablamos también con algunos de ellos: Pedro Wichard (vocalista del mítico y multipremiado grupo de rock metal DarkSound, exmiembro de la murga Los Niños, director del fanzine satírico pacense Barrantes y bibliotecómano de profesión, entre otras lindezas) y David Carbonell (pianista y profesor, exmiembro y principal compositor de la murga Los Niños, músico profesional en Javato y los Disfrutones, y en Happy New Year). El resto de la formación vendría a completarse con Pablo Rodríguez, Aarón Vázquez, Juan Carlos Bodes y Javier Javato.

—¿Qué hacéis vosotros aquí? ¡Esta es una web de literatura!

—(Francis Lucas) Bueno, lo que hacemos no dejan de ser piezas cómicas breves y, en ese sentido, se podría decir que escribimos entremeses, un género literario menor.

—Varios de vosotros os habéis enfrentado a la creativa tarea de escribir textos. Ya sea desde el teatro o desde la música. ¿Os sentís o habéis sentido parte de eso que llaman Lírica cuando os enfrentabais a vuestras propias creaciones?

—(Pedro Wichard) Realmente, nunca me he sentido escritor ni nada parecido. He experimentado que en las letrillas de Carnaval surge el Síndrome del Autor Arrepentido, cuando llevas al resto de la agrupación una idea y la sometes a su escrutinio y esperas ver si les mola o te van a dilapidar.
En cuanto a la música con DarkSound o con otras bandas, al ser yo el único letrista —o el principal, según el caso— me resulta más sencillo expresarme o sentirme un poco escritor… o al menos eso creo.

—El Carnaval es una manifestación popular bastante canallesca en esencia: te pones una máscara y tienes licencia para denunciar ciertas cosas que habitualmente no puedes. ¿Hasta qué punto dais rienda suelta a vuestros instintos?

—(David Carbonell) La verdad es que al máximo. La herencia murguera y su influencia es vital para hacer críticas a todo lo que se ponga por delante: La ventaja de hacerlo en la calle te libera del encorsetamiento de los cuplés y los pasodobles (obligatorios en la disciplina de murgas) que te limitan un poco. Tenemos libertad absoluta.

—(Francis Lucas) Yo no siento que hoy en día el Carnaval hoy sea muy satírico, ni creo que se escuchen barbaridades más grandes de las que somos testigos cada día en las redes sociales, por ejemplo. Ya no hay que esperar a que sea Carnaval para poder criticar al poder. A mí lo que me motiva es sorprender con los diálogos, hacer reír en la calle a un público popular —¡y embriagado!—, con un humor particular y un acento de aquí.

—(Pedro Wichard) La verdad es que en Carnaval aflora nuestra parte más rebelde e irreverente… el atrevimiento es enorme y también sentimos que es el momento adecuado para decir cosas y cantarle las cuarenta a quien se lo merece. El guantazo (mental) y el chascarrillo van de la mano.

—Algunos de vosotros participasteis en el Barrantes, un fanzine satírico sobre la cultura y la política local. Parece que salvo en contadas ocasiones— como el Carnaval y estas pequeñas acciones contraculturales— se puede ridiculizar a nuestra sociedad. ¿Echáis de menos un canal donde ejercer este sano ejercicio de reírnos de lo nuestro?

—(Pedro Wichard) Sí, desde luego, el Barrantes supuso una válvula de escape brutal… creo que era una especie de Carnaval literario y plástico plasmando lo que en nuestro argot llamamos buena mierda para denunciar o criticar la vida cultural y social de la ciudad. Lo echo de menos, sí, pero ha sido germen de otras cosas que se han hecho a posteriori como los panfletos de El Sufragio, El Naufragio, El Reflujo, Media Catalana … o El Baluarte.

—(David Carbonell) Me encantaba el Barrantes. Era una perfecta mezcla de estilos y personajes. Para mí toda plataforma donde se pueda criticar de manera mordaz e inteligente es bienvenida.

—(Francis Lucas) Yo no echo en falta nada, creo que sobra mucho de todo…

—Vivimos en un momento de exabrupto en redes sociales, mientras que los medios se han convertido en una suerte de notarios donde apenas hay espacio para los artículos de opinión más allá de la ideología que profesen. ¿Qué está pasando con los medios? ¿Han dejado de hacer su trabajo? Con respecto a la prensa local, ¿creéis que denuncian aquello que no funciona?

—(Francis Lucas) Desarrollando un poquito más lo que decía antes, creo que sobran medios de difusión, medios de comunicación, comunicadores, periodistas, etcétera. Tanta variedad ha matado la inteligencia del lector. Ahora cada uno lee lo que quiere que le cuenten, su miserable verdad… Así que no lee, sino que solo confirma sus sospechas. Ya no se deduce ni se interpreta ni se reflexiona: se disparan bombas analfabetas, hay fuego cruzado todo el tiempo…

—(Pedro Wichard) El periodismo ha muerto. Alguien decía que si esto era un entierro, a todas luces merecido, la causa del fallecimiento sería el suicidio. Sin embargo, hablamos de un suicidio provocado, donde todos hemos ido viendo cómo los medios de comunicación son empresas que quieren hacer dinero, para las que informar es secundario… Por eso no es de extrañar que aflore el periodismo de bufanda: sólo leo o escucho lo que quiero leer y oír… Nadie se plantea la posibilidad de escuchar argumentos y opiniones diferentes.
Así las cosas no es de extrañar que surjan las fake news y los bulos. Realmente lo que hace falta es que la población reciba una educación que dé importancia a la curiosidad: Siendo curiosos pondremos todo en tela de juicio y seremos más críticos con nosotros y con los demás. Por eso echo en falta un periodismo riguroso y comprometido con el pueblo, a nivel local y nacional.

—(David Carbonell) Personalmente estoy muy descontento con los medios en general. Son empresas al servicio de un dueño, que reciben favores y dinero de los partidos promulgando sus ideales, me parece lamentable. La información es siempre subjetiva y la crítica pagada. Me cuesta mucho leer información veraz y encontrar medios moralmente éticos.

—Vuestra propuesta es muy lúcida en muchos aspectos, en tanto recuperáis una suerte de historia vintage de la ciudad: los contrabandistas, los personajes olvidados de la historia local, etcétera. Mientras vosotros reivindicáis una memoria, parece que otros creen que Badajoz fue un asentamiento celta hasta finales del siglo XX ¿A qué creéis que se debe esta desidia de los pacenses con su historia?

—(Francis Lucas) supongo que tenemos la autoestima bastante baja como ciudadanos porque nunca se ha ocupado nadie de que nos sintamos orgullosos de ser de aquí. Decir “Badajoz es una mierda” es una tradición que se hereda de una generación a otra. A mí esto me hace gracia por un lado, la margen izquierda del Guadiana, y me amarga por otro, el margen derecha…

—(Pedro Wichard) Nos encanta, como agrupación, poner el acento en nuestras raíces sin perder la visión autocrítica de los acontecimientos, dando valor a las cosas y dando estopa cuando creemos que es necesario. La desidia de los pacenses tiene que ver con la sociedad de consumo y conformista en la que vivimos.

—(David Carbonell) Hay una falta de arraigo, de conocimiento de nuestra ciudad, su historia, sus monumentos, sus personajes. La gente no la conoce, no se trasmite, no se cuida … Siempre he pensado, al hablar con amigos, que aquí hay muy poco amor por la ciudad, y no se hace nada por cambiarlo.

—En cierto sentido, vuestra propuesta recuerda a la de los viejos sainetes, que venían a ser para el teatro, para que la gente nos entienda, lo que un cortometraje es para el cine hoy en día. ¿Qué complejidades tiene elaborar un espectáculo tan reducido y directo?

—(Francis Lucas) Los sainetes son piezas más civilizadas que los entremeses, su precedente, con los que nos sentimos más identificados: utilizan la farsa como estilo, los personajes caricaturescos, pero realistas, y las piezas musicales satírico-festivas. La complejidad, por mi parte, se basa en crear diálogos y acciones para seis o siete personajes en los que todos tengan gracia, credibilidad y protagonismo, en menos de veinte minutos. El secreto es que te haga sonreír cuando lo escribes, que no siempre es a la primera.

—Algunos de vosotros fuisteis murgueros ¿Qué tipo de exigencias tiene este tipo de formaciones y qué diferencias hay entre pertenecer a una agrupación como la vuestra y a una murga?

—(David Carbonell) Normalmente con la murga empezábamos a reunirnos en verano, para ver de qué iba a ir la cosa. Y en octubre ya estábamos haciendo la música, las letras y ensayando. En la agrupación todo eso está muy comprimido: reunión en navidades y repertorio y ensayos durante dos semanas antes del Viernes de Carnaval.
En una murga, además, hay que montar toda una logística: decorado, revista, trajes, actuaciones, carromato…etc. Este tipo de responsabilidades quitan mucho tiempo y llegas a la fecha reventado, y encima tienes un montón de compromisos con las actuaciones.
Prefiero salir de manera más relajada con los amigos: hacer canciones, cantarlas donde y cuando nos apetezca, beberme unas birras y tomarme un bocadillo sin prisas.

—(Pedro Wichard) formar parte de una murga puntera que concursaba al más alto nivel en Badajoz me dio muchas satisfacciones a nivel humano y social… pero en mi caso comportaba una serie de compromisos que, a cierta edad, pasaron a ser un poco agobiantes… Quiero decir que, cuando tienes veintipocos años las obligaciones son menos y luego tus prioridades van cambiando. En mi caso, yo siempre he tenido otras actividades además de los carnavales, y nunca me gustó pensar veinticuatro horas al día siete días a la semana en Carnavales. Me apasionan, sí, pero solo durante unas semanas… En la preparación, por ejemplo, que en nuestro caso ahora es de dos o tres semanas… Antes con la murga Los Niños pasaba cuatro meses monotemáticos y a mi me acabó cansando, porque genera cierto estrés, requeme, roce… pero sí, también cosas muy bonitas que echo de menos.
Con la agrupación entramos en modo Carnaval un mes antes de que empiece… es muy diferente. Estamos liados con esto los fines de semana, hacemos seis o siete ensayos grupales y ya está… claro, que con estos mimbres la actuación no empieza a salir bien hasta el Martes de Carnaval…

—Por último: a menudo se tacha a los letristas de las coplillas carnavaleras de chabacanos, y puede que así sea en algunos casos. En otros lugares, como en Cádiz, se les tiene en alta estima y respeto. En Valencia, a los que construyen y diseñan fallas, les llaman artistas falleros. ¿Creéis que hace falta reivindicar a los autores —a los letristas y músicos, a los diseñadores de disfraces y escenografías—  como auténticos artistas, como se hace con los implicados creativos de cualquier fiesta popular en España? ¿Nadie es consciente de la gran cantidad de tiempo, trabajo y dinero que se invierte en preparar todo esto?

—(Pedro Wichard) Totalmente. Pero al parecer todas las personas que nos dedicamos a esto del mundo artístico, vivimos del aire…

—(David Carbonell) se podría tener en estima el trabajo de los buenos autores buenos, es cierto. El hecho de encontrar reconocimiento sería positivo. Sin embargo el Carnaval, para mí, es una fiesta efímera, donde participo para pasarlo bien y para que el público disfrute. Mas allá de eso no hay más. Yo, al menos, no quiero estatuas ni dedicatorias.