Luis Sáez fabula en este artículo con un libro lejano, que haría dialogar las vidas (casi simétricas) de dos extremeños ilustres: Eulogio Blasco y Antonio Juez, «criaturas fascinantes que dejaron una biografía que nos decepciona, porque encadenados a sus decisiones han elegido los bordes de la modernidad»

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Escultura de nieve de Eulogio Blasco, 1926. Publicada en Hoy.es (Narbón/Archivo Municipal)

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Entre los libros reales y los imaginarios encuentro una clara ventaja en estos últimos. Ninguno de los volúmenes que se han escrito, publicado y llegan hasta nosotros puede competir con aquellos otros de los que apenas conservamos el título o el asunto, y mucho menos con los que ni siquiera se han escrito. Hojeamos los libros perdidos de la Biblioteca de Sarajevo con pesar y glotonería y, si nos fuerzan, reconoceremos que como La cordillera de Juan Rulfo no hay Llano en Llamas o Pedro Páramo que se le iguale. Alguno de esos títulos imaginarios no deberían escribirse nunca, para que la aspereza de lo real no deteriore su promesa.

Entre esos libros he fantaseado más de una vez con un volumen breve, de ilustraciones encoladas que protege una lámina de papel vegetal, un volumen que reúna la vida paralela de dos extremeños que han sido ya atendidos, sí, pero como se acostumbraba en la provincia, con cautela académica y sintiéndose espiados. Estos dos artistas vivieron en el siglo XX, el siglo atómico, aunque eligiesen en ocasiones el disfraz del artesano. Son Antonio Juez y Eulogio Blasco. Ambos, por supuesto, han sido reconocidos en esa memoria vicaria de las calles y el nombre de las cosas, y Juez reina en el Museo Provincial de Bellas Artes. Podemos resumir esta urgencia de lo no escrito en una paradoja: se trata de criaturas fascinantes que dejaron una biografía que nos decepciona, porque encadenados a sus decisiones han elegido los bordes de la modernidad. Si no su lado oscuro, sí la umbría del tiempo nuevo. Y, con ellos, nos dejaron a todos fuera.

Eulogio Blasco a la edad de 18 años. Publicada en Hoy.es. Archivo de Teófilo Amores

Este parece motivo suficiente para que cualquiera desee un libro en el que se fabule con su destino, con su ocultación, con ese noviazgo apagado con una época que no aceptaban o que no entendían. No será difícil: los textos sobre los que se debe sostener ya están publicados, a falta de quien anticipe la casualidad de estas vidas cercanas, casi simétricas —Juez vive de 1890 a 1960, Blasco de 1893 a 1963—, que coinciden en más de una muestra, como la que en 1924 se celebra como Exposición Regional de Artistas Extremeños. Pero hay mucho más: en ambos se descubre una trayectoria que perfila el contorno exterior  de las vanguardias y les lleva de Madrid a Barcelona y París —en el caso de Juez— y de Niza a Venecia y Trieste —a Eulogio Blasco—, pero que los hace regresar, a Cáceres uno y a Badajoz al otro, no muy tarde, y los enfrenta a un azar definitivo: Blasco se entrega a la docencia y a una pintura irrelevante, y a la vez a la confección de objetos cotidianos, repujados y únicos, como si el art-déco de los monumentos que recuerdan a los caídos en la I Guerra Mundial por Francia e Italia, y las figuras de Adolfo Wildt, se hubiese reducido a la dimensión doméstica de una percha, de un espejo o una contraventana; objetos que todos quisiéramos acariciar. Antonio Juez, pintor, figurinista en París, ilustrador de tantas novelas populares de los años veinte, apaga poco a poco su brillo hasta la Guerra Civil, para sobrevivir, como homosexual, acentuando un patriotismo y una devoción a veces imposible y triste; pese a todo, cierra su vida con un libro, Por nuestros caminos. Historia ingenua de dos almas felices, que es un relato de amor real —con su heredero— y la confesión de un incesto novelesco. Ambos, al cabo, ocultos en su ciudad, artistas del ya, pero todavía —y nunca—no, acaso estaban tanto en el secreto de las piezas que se crean para la eternidad, y nos cansan muy pronto, como en el de las otras, las imperfectas, las que saben que el asombro es efímero y se parecen más a nosotros mismos. Nada hay, por tanto, que reprocharles, héroes cercanos, tan parecidos, de los que cuesta trabajo creer que no mantuviesen una correspondencia en la que acompasar cada uno de los pasos de su existencia.

Hay días luminosos en los que intuyo que este libro, vamos a llamarlo Juez/Blasco, porque hubo un Marat/Sade de título mucho más largo, está ya en el estante de alguna biblioteca. Si no lo he leído es porque pertenece a una tercera categoría, junto a los libros perdidos y a los imaginados, la de los libros lejanos que, ya impresos y encuadernados, se han escrito en otra lengua. Los que esperamos que, con el tiempo, alguien traduzca y nos ofrezca.

Antonio Juez Nieto

Biografía Eulogio Blasco

Biografía Antonio Juez