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Fotografía de Olga Ayuso

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Árbol a la sombra, tu segundo libro, ganó el Premio Ciudad de Badajoz en 2003. ¿Qué recuerdas de aquel primer reconocimiento?

—Me hizo una ilusión enorme, porque en el jurado había poetas a los que admiraba (y admiro). Yo entonces tenía treinta años recién cumplidos y supuso un estímulo que siempre agradeceré.

—Llegó otro premio, el Alegría/José Hierro por el poemario Breve biografía apócrifa de Walt Disney (2009). Nos preguntamos: ¿Sirven de algo los premios de poesía, más allá de fortalecer el ego de quien los recibe, el dosier de quien los otorga y el bolsillo de quien los edita? ¿Y dónde queda la satisfacción cuando el autor constata que su libro se trata, por lo general en estas lides, con poco cariño?

—En mi caso los premios me alivian, al menos durante un tiempo (corto, por lo general), la inseguridad que permanentemente siento cuando escribo.
En cuanto al escaso (más bien nulo) eco que reciben, a la fuerza me he ido acostumbrando. Por algo la antología que salió el año pasado se titula Curso práctico de invisibilidad.

—Desde hace unos diez años tu ritmo como escritor crece hasta publicar casi anualmente y, al tiempo, te conviertes en editor y productor cultural. Es curioso que la lectura que hacen los medios, cuando uno transita de espectador a dinamizador, pase por usar epítetos como «revolucionario» o «insurrecto», cuando editar o producir supone, al contrario de crear, plegarse a unas normas (al menos fiscales). ¿Qué te llevó a convertirte en un «vórtice cultural»?

—Lo de «vórtice cultural» me queda muy grande. Creo que editar y organizar locuras como Centrifugados es parte del mismo proceso. En el fondo se trata de compartir algo que nos apasiona.

—Tu editorial se llama Liliputienses… ¿son los liliputienses para un editor como los minions para un supervillano o, por el contrario, el plural funciona para describir tu multifunción: el trabajo de hombre-orquesta que uno realiza cuando asume todos los oficios de la edición?

—Mejor no pensarlo mucho. Controlar todo el proceso me permite que todo salga más o menos como lo planeo. Eso sí, también conlleva una servidumbre gigantesca: trabajar sin descanso.

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—Tenéis distribuidora que coloca vuestros títulos en librerías y vendéis a través de la web, aunque no es suficiente. ¿Qué problemas acarrea la implantación de los títulos que publicáis en el mercado?

—Tenemos la suerte de que contar con una distribuidora, Librerantes, a la que sí le importan los libros y que busca que lleguen a los lectores adecuados.

—Como productor cultural hiciste posible Centrifugados, un hito en los eventos literarios no solo a nivel regional, sino también de nuestro país. Coméntanos los éxitos de las ediciones celebradas y el futuro de esta cita que, desgraciadamente, lleva dos años sin celebrarse.

—Centrifugados creo que fue un milagro gracias al que pudimos disfrutar en Extremadura del magisterio de escritores y editores de todo el ámbito hispanohablante. Durante los cuatro años que se celebró en Plasencia para mí representó un sueño. Por desgracia, también una pesadilla. Porque me tenía que encargar de absolutamente todo yo solo y casi termino en el hospital debido a las presiones y la carga de trabajo. Organizar un encuentro artístico de esa entidad necesita que se ocupe de sacarlo adelante un equipo que se reparta la tarea. Por cierto, Badajoz sería una ciudad ideal donde celebrar Centrifugados. No solo por su situación geográfica, sino (y sobre todo) porque cuenta con una concejal como Paloma Morcillo, cuya sensibilidad hacia la literatura está más que demostrada.

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—Como lector y editor estás atento a lo que pasa: apúntanos autores cuyos libros tomen, desde tu punto de vista, el pulso al momento o apunten literaturas por venir.

—Ciñéndonos a la joven poesía española, creo que nombres como los de Berta García Faet, Rodrigo García Marina, Carlos Catena, Pablo Fidalgo, Begoña M. Rueda, Rosa Berbel o Mario Obrero pueden dibujar trayectorias originales y distintas.

—Si como escritor escribes un libro y como padre tienes una hija*, como editor: ¿plantas o talas un árbol?

—Me conformo con que los especuladores que quieren abrirnos una mina de litio al lado de Cáceres no conviertan la ciudad en un páramo.

—Finalmente te pedimos que tomes el pulso a la tierra: ¿cómo ves la cultura en esta Extremadura en la que vivimos? ¿Y en Badajoz? ¿Encuentras diferencias entre la gestión y promoción de eventos literarios frente a otras manifestaciones artísticas?

—Culturalmente, Extremadura podría dar mucho más de sí. Tenemos un Ferrari y no lo sacamos de la cochera. Al menos desde el punto de vista literario, los presupuestos que se dedican a esta partida deberían aumentarse. Mucho. Pero no se trata únicamente de dinero. Aquí nada se nos da tan bien como desperdiciar el talento.

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José María Cumbreño (Isla de San Borondón, 1972) ha publicado los poemarios Las ciudades de la llanura (ERE, 2000), Árbol sin sombra (Algaida, 2003, Premio de poesía Ciudad de Badajoz), Estrategias y métodos para la composición de rompecabezas (El Bardo, 2008), Diccionario de dudas (Calambur, 2009), Breve biografía apócrifa de Walt Disney (Algaida, 2009, Premio de poesía Alegría/José Hierro), Genealogías (2011, Luces de Gálibo), Made in China (2013, De la luna libros), Contar (Papeles Mínimos, 2016), Hablar solo (Calambur, 2018) y Cuaderno de verano (Liliputienses, 2019). Es también autor del libro de relatos De los espacios cerrados (Fundación José Manuel Lara, 2006, Premio de narrativa breve Generación del 27), del ensayo literario Retórica para zurdos (ERE, 2010) y de los diarios Límites y progresiones (Baile del Sol, 2010) y La temperatura de las palabras (2013, La Isla de Siltolá). Desde hace diez años trata de sacar adelante el catálogo de Ediciones Liliputienses.